Generalmente cuando compramos una vajilla para nuestra casa, siempre dudamos, si será mejor para 6 o para 12, o incluso los más atrevidos piensan en algún momento, para 24?
Seamos realistas, esa preciosa vajilla, que elegimos con tanto cuidado, ¿realmente cuántas veces la disfrutamos? No es verdad que prescindimos de usarla por el mero hecho de que se rompa algo, de que luego no tengamos los seis platos hondos, esa fuente que venía con el juego o la pobre salsera siempre olvidada.
Sé que algunos pensarán como yo, y me darán la razón en que a veces los comensales sólo son dos o incluso uno sólo, o rizando más el rizo, uno que espera que sean dos.
Así pues, pensemos en lo agradable que sería, cuando nos sentamos a la mesa, después de haber elaborado un exquisito menú o de haber recibido ese pedido que un agradable mozo nos ha traído a domicilio, poder disfrutar de una mesa divina.
Así que me he vuelto fiel defensora de las vajillas para dos.
Sí, igual estoy limitando el número o excediendo en el caso de que, tú que me estás leyendo, vivas sólo y pienses que todo este rollo nada tiene que ver contigo.
Sea como fuere, pensemos que la belleza del plato no debe limitarse nunca. Solos o acompañados, todos los días nos merecemos que aquello que nos rodea nos aporte el mayor grado de satisfacción del que poder disfrutar.